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Recopilando cuentos de borges

Hola de nuevo chicos, lamento no haber subido nada durante estos días, pero tuve algunos problemas con mi laptop, así que sobreviví sin ella durante un mes, pero aqui estoy de nuevo tratando de traerles nuevas noticias acerca de uno de mis escritores favoritos Jorge Luis Borges, esta vez para contarles su cercana relación con un escritor de igual calidad, estoy hablando de Abelardo Castillo, un escritor argentino que revolucionó la novela con su libro Crónica de un iniciado, donde Castillo nos habla de temas interesantes sobre politica, religión, sociedad y guerras; pero fundamentalmente de amor, tema sobre sobre el que gira su obra. 

Para ello tomaremos una crónica que fue publicada en buenos aires:

En Abelardo Castillo, Diarios (1954-1991)
Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 2014

Esta información fue extraída de :http://borgestodoelanio.blogspot.pe/2016/02/abelardo-castillo-noche-con-borges.html

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11 de octubre de 1983
 

Este invierno, hará dos meses, volví a encontrarme con Borges. Mi Borges personal puede sintetizarse en tres o cuatro momentos separados por períodos de cinco o diez años.

El primero fue en 1960, cuando lo conocimos con Arnoldo Liberman en la Biblioteca Nacional; otro encuentro fue en un cine, con Egle y María Kodama. Egle nos obligó a darnos la mano, en la penumbra, sin que Borges tuviera la menor idea de por qué, ni con quién, estaba manteniendo tan inesperado contacto físico. Me preguntó si recordaba el Cantar de Fin, la parte aquella de las vigas ardiendo, y se puso a recitarlo en inglés, o en un idioma tremebundo que parecía inglés y sonaba como alemán. No abrí la boca. Nos separamos. Me agradeció el que hubiéramos mantenido una conversación tan interesante. Uno más, en la librería de Falbo, la vez que me dedicó los poemas y me dijo: “Los adjetivos póngalos usted”. En uno de esos encuentros, o en algún otro, reparó en mi apellido y dijo que debíamos ser parientes, porque Borges viene de burg, que antes de significar ciudad, o burgo, significó castillo, y que ésta también había sido una linda conversación.

El de este invierno fue en la casa de Ester de Izaguirre. Yo no tenía muchas ganas de ir. Ester me venía pidiendo que acompañara a Borges en la mesa, para una especie de diálogo o de entrevista, como cierre de las charlas y talleres de literatura que se dan en su casa. Sylvia, que fue alumna de Borges en la facultad, y que lo venera, insistía en que debíamos ir. La idea no terminaba de convencerme. Mi respeto y mi admiración por Borges son grandes, pero nuestras diferencias de todo tipo, también. Como sea, fuimos. Me tocó recibirlo, hecho que, por razones topográficas, sucedió en la cocina y fue bastante cómico. Pero antes quiero escribir lo que pasó en nuestro primer encuentro.

 

 

Lo conocí en 1960. La idea, que fue de Liberman, era hacerle una entrevista para El grillo de papel; entrevista, dicho sea de paso, que nunca se publicó.

Borges nos recibió en persona esa tarde; recuerdo perfectamente que no quiso grabar, porque desconfiaba “de esos misteriosos aparatos”. Era un salón grande, o me pareció a mí; en ciertos casos, uno magnifica los ámbitos y hasta a las personas, y todo le parece colosal. Una de las primeras cosas que dijo, fue: “Hay mucha luz aquí”, y cerró unas persianas. Borges ya era casi ciego; a partir de ese instante, la penumbra se abatió sobre los tres y estábamos en su mundo.

Esa tarde le preguntamos casi todo lo que puede preguntársele a un escritor como Borges, no sólo con referencia a la literatura. Habló sobre el peronismo, sobre Pablo Neruda, sobre el director de Cultura del gobierno de Frondizi, Blas González. En esa época, González había prohibido una representación de Bernard Shaw. Conociendo la admiración que Borges siente por Shaw, le preguntamos qué opinión le merecía que un director de Cultura hubiera censurado una pieza como Hombre y superhombre. Su respuesta fue: “Prescindiendo de las jerarquías, lo considero una estupidez”. Jerarquías significaba, humorísticamente, que de alguna manera él, Borges, era algo así como un subalterno de Blas González, ya que la Biblioteca pertenecía a la Nación y dependía de la Secretaría de Cultura.

Hablamos sobre Perón, al que Borges considera, y siempre consideró, una catástrofe nacional, sin alejarse mucho de mi propia opinión, aunque por razones tal vez opuestas. Para Borges, el peronismo fue un oprobio, y lo dijo esa tarde: “Nos levantábamos avergonzados cada mañana”, que es la frase que Espósito recuerda, de su profesor de Botánica, en el capítulo con el doctor Cantilo. Le pregunté si no cabría hacer una distinción entre lo que significaba el peronismo como movimiento popular, y la personalidad autoritaria y demagógica de Perón. Borges no tenía muchas ganas de entender y ya estaba un poco irritado. Habló del 17 de octubre del 45. Él juzgaba que había sido ficticio, que todo fue inventado, más o menos, supongo, como en el “Tema del traidor y del héroe”, como una gigantesca representación teatral. Me atreví a insinuar que nadie podía simular una cosa como el 17 de octubre; que la gente salió de verdad a la calle; que las mujeres, con sus hijos, cruzaron el puente Avellaneda. Borges dijo con inesperada violencia: “Como quieran, pero eso no tuvo nada que ver con Perón. Eso lo organizó Eva Duarte, que tenía muchos más cojones que Perón”. Textual.

Todo se normalizó, después, gracias a la literatura. Hablamos horas; pero sólo quiero recordar una respuesta sobre Sartre, una discusión, y que nos recitó a Neruda.

Le pregunté qué pensaba de Sartre.

—Bueno, caramba —dijo de inmediato, tartamudeante y sonriente—, yo no suelo pensar en Sartre.

La discusión fue sobre el truco. Borges le hace decir a un jugador imaginario, en Evaristo Carriego: “A ley de juego, todo está dicho: falta envido y truco, y si hay flor, ¡contraflor al resto!”. Le hice notar que eso era ilegal, que no se puede decir, que echar la falta envido equivale a negar la flor. Borges respondió: “¿Cómo que no se puede?; si yo lo escribí, se puede decir.” Insistí en que no. Borges dijo: “Vamos a preguntarle a Clemente, que tiene un truco más reciente”. No hizo falta. “¡Se puede!”, dijo de pronto. “Si uno todavía no ha visto las cartas, se puede, y si hay flor, vale”.

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"¿De qué otra forma se puede amenazar que no sea de muerte? Lo interesante, lo original, sería que alguien lo amenace a uno con la inmortalidad."

FRASES DE BORGES:

Jorge Luis Borges

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